Años atrás, cuando era un apasionado y esperanzado estudiante de Economía y todavía creía que era posible cambiar un poco el sistema para conseguir un poco de justicia social en este mundo de humanos, que por cierto son definidos como hipócritas y egoístas por naturaleza, según muchos economistas, leí varias obras que me mostraron un camino distinto. Un camino que me condujo a otra realidad, menos dogmática y mucho más profana, donde las circunscripciones de mi personalidad están delimitadas por una serie de líneas diáfanas, invisibles, y de múltiples colores inexistentes. Comencé a ver las cosas de otra manera, los libros que leía los reconocía y adoptaba con solemne profundidad y apego espiritual, poco a poco hacia de mi añorado libertinaje un dogma estrambótico, una estructura caótica y sin duda armónica hasta más no poder.
Quiero compartir una lectura mínima, que rescato de aquellos libros que todavía repaso y sobre los que lentamente trazo mi camino. Lo encontré en Cochabamba el año 2002, cuando Karen y yo nos dispusimos a recorrer las calles de la ciudad en busca de una biblioteca-librería clandestina de la que habíamos escuchado hablar en repetidas oportunidades, en conciertos de trova y exposiciones pictóricas. Nos decían en ese entonces, que la biblioteca se movía constantemente, y que era una española anarquista, ya anciana y casi ciega, la dueña de la misma, que ella había llegado a Bolivia en los años 40 escapando a Franco cuando todavía era una muchacha.
Nos tomo varios días dar con la dirección de la biblioteca-librería pero al fin la encontramos, aparentemente todo el que sabia darnos pistas acerca de la misma nos llevaba a concluir que desde hacia un año la biblioteca se hallaba en el numero 181 de la calle 20 de Enero, cerca a la calle Junín. Recorrimos la calle Junín 4 veces de Norte a Sur y de Sur a Norte, pero nada, jamás encontramos la calle 20 de Enero. Fue la noche del cuarto día de nuestra búsqueda, que hallamos la respuesta. Eran las 8 de la noche, Karen y yo nos encontrábamos tomando té en su casa, cuando la abuela de Karen decidió unirse a nuestra charla en la mesa de la cocina, y nos contó cosas de la revolución nacional y de la época de la dictadura, de sus años en la mina, y del poco tiempo que vivió en Santa Cruz en los años 50. La pregunta, como muchas cosas en la vida, vino de ningún lado. Karen pregunto a su abuela si conocía donde era la calle 20 de Enero, y la abuela con una pequeña sonrisa nos dijo que por supuesto, pero que hacia mas de 20 años que nadie la llamaba así, que la calle 20 de Enero era ahora la Avenida Heroínas.
Al día siguiente no encontramos ninguna biblioteca-librería en la Avenida Heroínas, al menos no cerca de la calle Junín, pero supimos dar con un amigo estudiante de Sociología, que nos dijo que en el tercer piso de una casa colonial en la calle Jordán, había en efecto una biblioteca-librería clandestina, muy poco conocida pero muy selectamente visitada. Cuando entramos al lugar, parecía salido de una historia fantástica, todo estaba en absoluta oscuridad y uno tenia una pequeña lámpara de mano, que funcionaba con Kerosén, para ubicar su camino. Encontré muchos libros de los que había escuchado hablar y que compre a muy bajo precio, viendo el interés que habíamos tenido Karen y yo por los libros, y en ausencia de algún otro comprador, la dueña del lugar se acerco a nosotros y comenzó a contarnos cosas y a preguntarnos sobre nuestros gustos literarios. Sentí que una delgada conexión se establecía entre ella y nosotros, sentí con vértigo que una amistad inesperada nacía en ese instante.
Esas charlas y muchas otras lecturas pertenecen ahora a mi presente, y con seguridad al de Karen también. Quizás en el futuro algunas de esas me ayuden a encontrar ese indefinido e insensato camino a ningún lugar que busco con tanto empeño. El primer libro que compre en la biblioteca-librería, fue una copia muy antigua de Las Armas Secretas de Julio Cortázar editada por la ya mítica Editorial Sudamericana, la obra resulto ser un libro universalmente interminable, como casi todo lo de Cortázar. Fue en ese libro que leí El Perseguidor por primera vez. Les dejare a continuación un recorte del cuento, un recorte que nos dice mucho, que nos habla del Jazz y de lo que Johnny tanto persigue, que nos habla de todo lo que nos rodea y la futilidad de lo material, del absurdo, de Amorous (una supuesta obra de Jazz) y del poder absorbente y mitificador que tiene la música, de los juicios y de ese sentimiento indescriptible y ultra-fascinante que es la libertad. Pienso que de algún modo u otro, estos me ayudaran a encontrar, en un futuro, aquello que tanto persigo y que solo se llamar el paradero de los jilgueros. También les dejo, un poema de Dylan Thomas…
‘Es curioso, ha sido necesario escuchar esto, aunque ya todo convergía a esto, a Amorous, para que yo me diera cuenta de que Johnny no es una víctima, no es un perseguido como lo cree todo el mundo, como yo mismo lo he dado a entender en mi biografía (por cierto que la edición en inglés acaba de aparecer y se vende como la coca-cola). Ahora sé que no es así, que Johnny persigue en vez de ser perseguido, que todo lo que le está ocurriendo en la vida son azares del cazador y no del animal acosado. Nadie puede saber qué es lo que persigue Johnny, pero es así, está ahí, en Amorous, en la marihuana, en sus absurdos discursos sobre tanta cosa, en las recaídas, en el librito de Dylan Thomas, en todo lo pobre diablo que es Johnny y que lo agranda y lo convierte en un absurdo viviente, en un cazador sin brazos y sin piernas, en una liebre que corre tras de un tigre que duerme. Y me veo precisado a decir que en el fondo Amorous me ha dado ganas de vomitar, como si eso pudiera librarme de él, de todo lo que en él corre contra mí y contra todos, esa masa negra informe sin manos y sin pies, ese chimpancé enloquecido que me pasa los dedos por la cara y me sonríe enternecido.’
Y LA MUERTE NO TENDRÁ DOMINIO
(Dylan Thomas - Traducido por Elizabeth Azcona Cranwell)
los hombres desnudos han de ser un solo
con el hombre en el viento y la luna poniente;
cuando sus huesos queden limpios y los limpios huesos se dispersen,
ellos tendrán estrellas en el codo y el pie;
aunque se vuelvan locos serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar de nuevo surgirán,
aunque se pierdan los amantes, no se perderá el amor;
y la muerte no tendrá dominio.
Los que hace tiempo yacen
bajo los dédalos del mar no han de morir entre los vientos,
retorcidos de angustia cuando los nervios cedan,
atados a una rueda no serán destrozados;
la fe, en sus manos, ha de partirse en dos,
y habrán de traspasarles los males unicornes;
rotos todos los cabos, ellos no estallarán.
Y la muerte no tendrá dominio.
Ya las gaviotas no gritarán en los oídos
ni romperán las olas sonoras en las playas;
donde alentó una flor, otra flor tal vez nunca
levante su cabeza a los embates de la lluvia;
y aunque ellos estén locos y totalmente muertos
su cabezas martillearán en las margaritas;
irrumpirán al sol hasta que el sol sucumba,
y la muerte no tendrá dominio.
And Death Shall Have No Dominion
(Dylan Thomas – 25 Poems, 1936)
Dead men naked they shall be one
With the man in the wind and the west moon;
When their bones are picked clean and the clean bones gone,
They shall have stars at elbow and foot;
Though they go mad they shall be sane,
Though they sink through the sea they shall rise again;
Though lovers be lost love shall not;
And death shall have no dominion.
And death shall have no dominion.
Under the windings of the sea
They lying long shall not die windily;
Twisting on racks when sinews give way,
Strapped to a wheel, yet they shall not break;
Faith in their hands shall snap in two,
And the unicorn evils run them through;
And death shall have no dominion.
No more may gulls cry at their ears
Or waves break loud on the seashores;
Where blew a flower may a flower no more
Lift its head to the blows of the rain;
Though they be mad and dead as nails,
Heads of the characters hammer through daisies;
Break in the sun till the sun breaks down,
And death shall have no dominion.