¿Como plasmarlo todo en unas cuantas letras? Quizás si fuese poeta podría hacerlo de la manera apropiada, usando metáforas explicitas y versos pulcros. Pero no lo soy. Quizás si fuese novelista, podría escribir una comedia romántica o una novela de esas que perduran, muy a lo ‘Amor en los Tiempos del Cólera’ con eternidades fulminantes, y miradas acorazadas que desandan las rutas de los desenfrenos del alma. Pero tampoco soy novelista. Quizás si fuese Economista, podría hacer un análisis de las curvas de corazones ofertantes, y labios que demandan atención. Pero lo de economista… lo dejo ahí nomás. Quizás si fuese historiador, podría narrar los preámbulos y las minuciosas características de un encuentro épico, en el que dos corazones se hallaran derrumbados atrapados entre sus propios muros, desenhebrándose a si mismos, cazando mariposas nostálgicas, arrimados a la esperanza de lo nunca sentido, que luego mirándose a través de las letras bloguicas, redescubren momentos compartidos que constantemente caminan entre las nubes, y no solo dejan el suelo de la realidad de lado, sino que miran a este con desdén. Pero caería en el error de todo historiador, y parcializaría mis sensaciones.
Opto entonces por otro camino… El de la simple narración de lo sucedido. Llegue a Barcelona a las 2:30 PM hora local, el viaje desde Boston fue uno de los más inquietantes que he tenido nunca, he viajado tantas veces a tantos lugares, pero nunca había sentido tanta angustia como la que sentí en este viaje. La última hora entre Londres y Boston, fue tan eterna, que quería saltar detrás del avión y empujarlo para que vaya más rápido. La angustia… me invadía, no podía ser de otra manera, en unas cuantas horas podría por fin conocer a una de esas personas maravillosas que se cruzan en la vida de uno. Estaban ahí los miedos diminutos, y las minúsculas inseguridades de lo desconocido. Pero pese a todo ello, la necesidad y el deseo de verle eran lo que me empujaba, estaba claro que ella había invadido todos los muros de mi ciudad, porque desde ya un tiempo atrás mire yo a uno u otro lado, sólo podía hallarle plasmada por mis ojos en todas partes… No había como negarlo el paisaje urbano se había hecho menos tosco, desde que al formar parte de mi vida, mis ojos habían colocado, su imagen y su voz, en los posters, las ventanas, los ruidos, el caminar de la gente, las plazuelas… en fin… el todo del día a día.
Baje del avión emocionadísimo, surtí la migración sin inconvenientes, y fui a recoger mi equipaje. Al salir de la sala de recojo de equipajes, le busque entre la gente, a mi derecha. No se encontraba ahí. Busque más adelante… y no le encontraba. Mire de frente, y allí se hallaba, sonriente, lindísima, con ojos saltones brincando a los míos, guiándome a su lado… los pequeños márgenes de inseguridad que había rodeado los contornos del viaje, se fueron disipando como nubes de pájaros en el invierno… nos abrazamos, hola dije, como estuvo el viaje, dijo ella, ¡ya estás aquí! dijo nuevamente, juntamos nuestros labios, ¡era la prueba de fuego!
¿Qué hubiésemos hecho si la química no hubiese existido? Supongo que disfrutar nuestra amistad, y sortear el viaje como buenos turistas. Pero hubo química instantánea, y el fuego empezó a crecer, y con el calor de nuestros labios fuimos alimentándolo y protegiéndolo, hasta que este estaba tan prendido que ni la lluvia ni nada podría apagarlo. Miraba sus ojos, y sentía las olas del mar golpear incesantes contra mis costas, sus parpadeos galopaban acelerados y espumantes, y las estelas que dejaban sus ojos se marcaban en los míos y dibujaban sus sonrisas, sus manos, sus gestos, sus besos, todos hasta hace unos momentos inverosímiles y vagos, pero en el momento de la verdad destellaban ciertos, reales y deliciosos, me invitaban a navegar en sus costas… naufragar en ellos, deleitarme, ahogarme en ellos y nuevamente volver a respirar gracias a ellos…
Desde el principio, nuestras experiencias fueron cronopias en extremo. Aparentemente algo ocurría con las líneas de autobuses, y tuvimos que caminar de un extremo del aeropuerto al otro buscando el autobús que nos lleve a la estación de trenes. Tropezando, y descontrolados, caminábamos totalmente desubicados, ella me dio la curita de figuritas, por si me caía y algo me pasaba en las rodillas, o en alguna otra parte de mi cuerpo, reímos mucho con la curita, y la guarde muy bien, puesto que todos sabemos que un tipo tan distraído como yo, podría tropezar cualquier rato por tanto mirar el cielo mientras camina… le mostré un libro que le había llevado sobre publicidades yankees, que le gusto mucho. Tomamos el tren, y finalmente nos encaminamos, o al menos eso creímos al principio… como buenos cronopios, tras mil confusiones en la estación de trenes, y un montón de subidas de gradas y bajadas de gradas, de desoladas e inciertas rutas equivocadas, y alegres y emocionantes caminos acertados, dimos con el destino final. Al caminar en la calle, nos detuvimos, y nuevamente trenzamos nuestros labios y enredamos nuestras lenguas en un arrebatado e incandescente momento de infinita suspensión pasional, si el viaje hubiese terminado en ese instante, para mí, hubiese valido la pena. Pero afortunadamente aun quedaban muchos días, y noches, por recorrer.
Ella, me mostró las calles de su ciudad, y algunos de sus lugares favoritos, hicimos el tour de ‘su’ Barcelona Turística. Recorrimos la Avenida Maria Cristina, hasta llegar a una fuente espectacular, en el que el juego de agua se entremezclaba con las luces y la música clásica de fondo, confieso que me dejo muy impresionado. El agua que salía de la fuente, lo hacia en ritmos diferentes, y la espuma generada producía una sensación sobrecogedora, sincronizada con la música, generando una serie de atropellos en mi ser, acorralándome a mi mismo con lo impactante de las sensaciones vividas en el día, y la paz generada por el ambiente que en ese instante habitábamos. El Palau Nacional de Montjuic, un verdadero palacio visual, con jardines hermosos, y romance desbordante, fue testigo de nuestras risas compartidas y pululantes, de nuestras manos juguetonas que no querían desprenderse, y de nuestros labios sedientos del otro, que se detenían de cuando en cuando, para sentir nuevamente que esto todo no era ningún sueño…
La oveja negra es un boliche más que recomendado, la sangría deliciosa, y el ambiente con una onda bastante acogedora, muchos extranjeros y turistas acuden al mismo, y yo doble turista me sentía bastante cómodo. Conocimos en un instante a tres brasileros, una colombiana, una peruana, una francesa, una portuguesa y una sueca. Compartimos con ellos bebidas, y charlas mínimas, y luego nos fuimos a otro boliche, uno de hadas, tan maravilloso que en su momento será digno de su propio post, nos perdimos una vez más, charlamos de cosas diversas, de lo lindo que sería vivir en Irlanda, de las diferencias entre Bolivia, España y Estados Unidos, de eso que vivíamos en ese instante, de las calles de Barcelona, de la comida que estuvo deliciosa, de sus amigos, de los míos, de todo en general, y de nosotros en particular.
Tratamos de ir a bailar, pero lo cronopio nos venció, y nos quedamos con ganas deambulando por las calles de la ciudad. Pensábamos, supongo, que estábamos invitados a todas las fiestas, como los buenos cronopios, pero bueno… andábamos tan confundidos, perdidos, y tan ensimismados el uno en el otro, que le prestábamos poca atención a los nombres de las calles, y los senderos que nos lleven a gritar, ♪vamos a bailar, toda la noche, ¡hasta que explote!♪, para ser sincero, me bastaba tenerle cerca de mí, para sentir como mi corazón bailaba acelerado, al ritmo de Carnaval toda la vida, mezclado con una de esas salsas maravillosas de Nino Segarra. Yo estaba loco, arremolinado, queriéndome sentar en cualquier plazuela, en cualquier banqueta y compartir su silencio, o su ruido, todo a cada instante… acelerado, descontrolado… profundamente prendado de sus ojos, y de sus manos, completamente entregado a la lluvia de sus besos, y el candor de su oreja… y recorriendo presuroso los caminos de su cuello…
Pero si hay algo cierto, dentro de lo incierto de los vaivenes de la vida, es que ni siendo poeta, ni novelista, ni economista, ni historiador, y mucho menos cuentista… podría, tan siquiera levemente, describir, relatar, o reflejar la cantidad de felicidad que reino en mi durante ese día. Como tampoco podría hablar de la ahora exorbitante nostalgia feliz y de sonrisas que marca mis noches y mis días, cuando camino por las calles de esta ciudad y su mano no está junto a la mía…