5.1.09

Sobre el Dilema del Buen Leñador

Cuando leo poemarios, no todos me llegan ese instante, jamás los leo de corrido, me cuesta mucho, es quizás un capricho mío, pero creo que los poemas están escritos como piezas únicas e individuales, y no es posible leerlas de corrido, prefiero hojear mis libros, y ver que me llama la atención, que me atrae, que me convence, que me incita a quedarme hasta estas horas leyendo, con el mate y viendo la nieve a través de mi ventana, constante y lenta, los copos cayendo en su lugar sin jamás haber sido planeados, armando un todo, un paisaje blanco, un poema urbano en este caso, de techos y chimeneas blancas, de ramitas congeladas y huellas desconcertantes, sin rumbo, es decir, como los poemas, palabras, letras que forman una armonía, un paisaje lirico, un espejismo de sensaciones muy reales, en el caso del poema de Octavio Paz, que aquí presento, una nostalgia tan profunda, una pena y alegría tan inmensas, no sé, supongo que el poema en sí es un recorrer distancias espirituales, es un recordar tan constante y vivo, tan ampliamente placentero, tan distraído del ser, un método que nos empuja a perfeccionar la ausencia de uno mismo, para así poder lograr la complementariedad con la otra persona, al punto de disfrutar y añorar ese infierno-cielo, ese todo.


En eso me ha venido a la memoria una canción maravillosa de Silvio Rodríguez, Casiopea. Una canción que puede expresar muy bien la soledad, la ausencia de nosotros mismos que podemos provocar en el Ser, además que me recuerda a mi propia estrella, y a un cometa que un día conocí en un galaxia muy distante, pero no distinta, sino más bien muy propia, nuestra, pero distante. Y de los miles de años que uno ha ido esperando que los astros se posicionen como deben, y las condiciones se den, y los alineamientos liberen de una vez a mi cometa, y ese azul tan triste y eterno se convierta en un resplandor multicolor, como sus risas… Y nos vayamos de viaje, como los versos, y caigamos sobre el mundo como dados sobre el tablero, o mejor aún, como copos de nieve, formando paisajes liricos. Ella cometa, y yo escudo. Por lo pronto, mientras ello ocurre, me quedo como en la canción de Silvio, abyecto, solo, divagando entre planetas, buscando leña, apostado en El Muro de Octavio Paz…


Hoy llevo el doble dando coordenadas
pero nadie contesta mi llamada.
¿Qué puede haber pasado a mi señal?
¿Será que me he quedado sin hogar?.

El poema termina abruptamente, recordándonos los limites de nuestra soledad, los golfos del destino en espiral, las fronteras interminables que nos separan de lo añorado, ya sea porque sólo quedan cenizas de aquel fuego, o porque la realidad ha planteado pruebas muy difíciles, que a veces parecen interminables y eternas. Me quedo con la esperanza, decido atribuirme sobre todo una cualidad, la del buen leñador, pronto el fuego podrá ser nuevamente encendido. Así lo siento. Así lo sé.



El Muro
(Octavio Paz, de Libertad Bajo Palabra)


Deja que te recuerde o que te sueñe,
amor, mentira cierta y ya vivida,
más que por los sentidos, por el alma.


Atrás de la memoria, en ese limbo
donde recuerdos, músicas, deseos,
sueñan su renacer en esculturas,
tu pelo suelto cae, tu sonrisa,
puerta de la blancura, aún sonríe
y alienta todavía ese ademán
de flor que el aire mueve. Todavía
la fiebre de tu mano, donde corren
esos ríos que mojan ciertos sueños,
hace crecer dentro de mí mareas
y aún suenan tus pasos, que el silencio
cubre con aguas mansas, como el agua
al sonido sonámbulo sepulta.


Cierro los ojos: nacen dichas, goces,
bahías de hermosura, eternidades
sustraídas, fluir vivo de imágenes,
delicias desatadas, pleamar,
ocio que colma el pecho de abandono.
!Dichas, días con alas de suspiro,
leves como la sombra de los pájaros!
Y su delgada voz abre en mi pecho
un ciego paraíso, una agonía,
el recordado infierno de unos labios
(tu paladar: un cielo rojo, golfo
donde duermen tus dientes, caracola
donde oye la cola su caída),
el infinito hambriento en unos ojos,
un pulso, un tacto, un cuerpo que se fuga,
la sombra de un aroma, la promesa
de un cielo sin orillas, pleno, eterno.


Mas cierra el paso un muro y todo cesa.
Mi corazón a oscuras late y llama.
Con puño ciego y árido golpea
la sorda piedra y suena su latido
a lluvia de ceniza en un desierto.